“Es el rompecabezas encajado”. Quizá ésta fue la frase que
define mejor el barrio de Gràcia y también la que inmediatamente me hizo venir
a la mente la ciudad de Roma de la Contrarreforma. Ésa ciudad que quería
convertirse en capital de una religión y que, para eso, se propuso crear una
Seconda Roma a base de Sventramentos. Todo para enderezar ése revoltijo de
accidentes que había dejado el paso del tiempo.
Al descubrir la antigua Vila a través de ésa definición se
me pasó por la mente que el actual barrio podría ser la antítesis de lo
ocurrido en la ciudad italiana. Donde el crecimiento desordenado debió ser
rectificado a base de lo que algunos podrían llamar los primeros pasos del City
Marketing. El barrio barcelonés fue el crecimiento ordenado, intuitivo, el del
sentido común y el acuerdo implícito. El rectificado cada día, opuesto al
rectificado de golpe, al de las plazas espectáculo y las siete basílicas.
Gràcia se mostraba pues, como el crecimiento consciente de él mismo.
Al final los dos consiguen algo parecido: dotar de sentido a
la estructura urbana que se acaba habitando. Aunque los métodos y el proceso
difieran tanto, creo que los dos son grandiosos ejemplos de cómo, a pesar de
las diferencias temporales, las estructuras urbanas acaban siendo un reflejo de las comunidades que las habitan.